Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100141
Legislatura: 1887-1888
Sesión: 22 de diciembre de 1887
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 18, 342-347.
Tema: Contestación al discurso de la Corona.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Me levanto, Sres. Senadores, en cumplimiento de un deber y en obediencia a la práctica constante de que el jefe del Gabinete resuma los debates sobre la contestación al discurso de la Corona, pero no porque me crea obligado por necesidad alguna; que los señores individuos de la Comisión y mis queridos compañeros de Gabinete, que tan repetidamente han tomado parte en esta discusión, han contestado cumplidamente a los cargos que se han hecho y a los ataques que se han dirigido al Gobierno de S. M. por sus actos y por su conducta. No voy, pues, yo a rebatir aquellos cargos ni a contestar a estos ataques, que una y otra cosa han hecho cumplidamente la Comisión y el Gobierno; bástame a mí como resumen demostrar que los cargos que al Gobierno se han hecho y los ataques que se le han dirigido son unos pequeños, y por pequeños impropios de este lugar y de este sitio; otros injustos, y todos apasionados e inoportunos.

Que el Gobierno no ha hecho nada; que no ha cumplido su programa; que no ha moralizado la administración; que no ha fomentado la riqueza pública; que no ha remediado los males que sufren nuestra agricultura y nuestra industria; y, en fin, que tomó el Poder en las circunstancias más favorables para hacer el bien, y deja al país completamente deshecho y despedazado. No hay más que enunciar los cargos, para que quede de manifiesto su exageración y su injusticia.

¡Que no ha hecho nada el Gobierno! Cada época impone a los Gobiernos, aparte de los deberes que son peculiares a todos, una misión especial y determinada, que exige la preferencia de sus ciudadanos y desvelos y hacia cuya realización deben encaminar todos sus esfuerzos y todas sus energías; y la misión impuesta al partido liberal en los tristes, difíciles y peligrosos momentos en que se hizo cargo del Poder era [342] tan grande, tan extraordinaria, tan vital, tan salvadora, que el único, no el primero, sino el único deber de todo Gobierno en circunstancias tan críticas, era el de salvar la Monarquía; deber, Sres. Senadores, que ha tropezado con más dificultades de las que vosotros podéis imaginar. ¡Dios lo sabe; algún día lo sabrá la historia, y mejor fuera que la historia no lo supiera tampoco!

Un día aciago, de la noche a la mañana, y con asombro del mundo, quedó huérfana la Monarquía española, en las condiciones más singulares, más extraordinarias y más peligrosas en que se ha visto jamás Monarquía alguna. El deber del Gobierno en trance tan apurado era, como he dicho antes, salvar la Monarquía de los peligros de la orfandad y salvarla a todo trance, y salvarla por encima de las dificultades que de todas las direcciones venían y alrededor del Gobierno se amontonaban, y que entonces se creyó que eran tantas y tan grandes, que hombres eminentes de este país juzgaban que serían necesarios, aun teniendo la fortuna de vencerlos, que serían necesarios para conseguirlo, cinco años, durante cuyo tiempo tendría que estar el partido liberal en el Poder, sin lo cual todo estaba perdido para este desventurado país. (Muy bien).

Pues bien, Sres. Senadores; el partido liberal no ha necesitado tanto tiempo para resolver esas inmensas dificultades, y en menos de dos años ha dado por realizada tan grande empresa; el partido liberal, pues, ha cumplido bien y ha cumplido pronto, antes de lo que nadie podía imaginar, la gran misión que a su patriotismo y a sus esfuerzos se confiara; y no solo ha salvado la Monarquía, sino que la Monarquía está afianzada, y más querida en el interior y más respetada en el exterior, que lo ha estado Monarquía alguna desde que en España existe el régimen monárquico constitucional. (Muy bien).

Esta tarea, ciertamente que no es tan fácil en un país tan perturbado como el nuestro, en los tiempos difíciles y de prueba que atraviesan todos los demás países.

Pero no solo el partido liberal ha conseguido este grandioso resultado, sino que, con su sistema de gobierno, ha conquistado la conjunción más feliz de paz y de libertad que existe hoy en ningún pueblo de Europa. Hay pueblos que tienen afianzada la paz, pero que no disfrutan seguramente de la libertad; hay otros que gozan de libertad, pero que no tienen las bendiciones ni los frutos de la paz; y el pueblo español, que miraba con envidia a todos esos pueblos antes, porque apenas había época en que tuviera ni paz, ni libertad, hoy, excepción feliz en Europa, disfruta igualmente de la libertad y de la paz; de la libertad en todas sus manifestaciones; de la paz en todas partes, en la calle, en el hogar, en la iglesia, en los ánimos y en la conciencias.

¿Cuándo se ha visto en España, Sres. Senadores, espectáculo semejante? (Muy bien, muy bien). Y en medio de esto, y como consecuencia de ello, el partido liberal ha levantado el crédito público a donde no llegó jamás (es verdad que hasta por eso se nos ha dirigido cargos), y ha hecho convertirse la lástima que inspirábamos al mundo por nuestras desdichas, nuestras desventuras, nuestras rebeldías y nuestras convulsiones, en cariño, en admiración; y ahora ya no se saluda a un español, allá en el extranjero, con aquel desdeñoso de pobre España; hoy nuestros compatriotas no oyen del lado de allá de las fronteras, más que palabras de cortesía, de consideración y de respeto. Pero para algunos políticos que nos han salido ahora y que, por lo visto, fabrican y confirman instituciones, arreglan y normalizan Estados, con la misma facilidad con que componen un discurso y en menos tiempo que el que necesitan para pronunciarlo aquí, para esos políticos, ni el partido liberal ni el Gobierno han hecho nada. (Risas).

Ya sé yo, y por esto antes que nadie lo dijera lo dije yo, que resultados tan admirables no se deben de un modo exclusivo al Gobierno, puesto que son debidos principalmente a la sensatez del pueblo español, que va aprendiendo en sus propias desventuras, que no será nunca un pueblo libre, sino a la sombra de la paz; al patriotismo de los partidos, porque todos, aun los más exagerados por sus doctrinas, con ligeras excepciones, están dando una prueba de cordura que sería injusto desconocer; al espíritu y disciplina del ejército español de mar y tierra, que sabe que sólo viviendo alejado de las luchas de los partidos, obediente a la voz de sus jefes, como eco de los preceptos legales, sólo así puede ser el ejército de un pueblo civilizado; y sobre todo y por encima de todo, a las virtudes y a las cualidades de nuestra Reina Regente, quien parece que, como ángel tutelar, ha venido a nuestra Patria para impedir la vuelta de nuestras antiguas desdichas y ser escudo contra nuevas desventuras. (Muy bien, muy bien).

Pero de cualquier modo, si es cierto que a la Reina Regente se deben en primer término todos estos prodigios, no podréis negar al Gobierno el mérito de haberla comprendido, de haberse dedicado a su servicio con alma y vida, y de haber sabido satisfacer sus nobles aspiraciones y realizar sus levantados propósitos; y no le negaréis, sobre todo, el mérito de haber sabido convertir sus virtudes y sus cualidades en provecho del país, en prestigio de España, que viene representando tan dignamente en su política. Porque, señores Senadores, las eminentes cualidades de la Reina Regente, la disciplina del ejército de mar y tierra, el patriotismo de los partidos, la sensatez del pueblo, todo esto tan grande, tan hermoso, todo esto que es origen de tan magníficas consecuencias, se habría esterilizado y no hubiera producido los resultados que estamos tocando, con las deficiencias, los defectos, las faltas, los errores, desaciertos, arbitrariedades y violencias que atribuyen al Gobierno la impaciencia de adversarios injustos y el encono de despechados amigos. (El Sr. Duque de Tetuán pide la palabra. ?Rumores).

En efecto, estos grandes resultados, que significan el desarme de las fuerzas más radicalmente contrarias al sistema vigente, el respeto a la legalidad de los elementos más opuestos a ella, la entrada en vías de pacificación de muchos de los que antes andaban por los tenebrosos senderos de la violencia, la confianza, en fin, de todos, tanto amigos como adversarios, de que la ley y sólo la ley es el único camino que tiene igual anchura, y que es igualmente viable para todos, así para los ciudadanos como para los partidos, y que pueden seguirle para la realización de sus ideales, esos resultados, repito, no se obtienen más que con gran vigilancia, con exquisito tacto, con mucha prudencia, desplegada en una política previsora, leal y expansiva, y por medio de procedimientos rectos y honrados; que ésta es la labor exclusiva [343] de los Gobiernos, que la desempeñan bien cuando saben aprovechar en beneficio del país las excelentes cualidades del Jefe de Estado; pero que la desempeñan mal si lejos de aprovechar estas buenas cualidades, las esterilizan e inutilizasen.

Pues bien, Sres. Senadores; aunque el partido liberal no hubiera hecho más que esto en el espacio de dos años, que son un instante en la vida de los pueblos, lejos de merecer vuestras censuras, y las que se le dirigen de otra parte, sería acreedor al cariño de los monárquicos, al agradecimiento de los amantes de la paz y al aplauso de los buenos españoles. ¿Qué me importa todo lo demás? ¿Qué efecto han de producirme ante estos grandes resultados, los pequeños cargos que al Gobierno se le han hecho, y los ataques que, con motivo de ellos, se le han dirigido? Pues ninguno. Tan convencido estoy de ello, que si no fuera por temor de que se tomase mi silencio en este punto a descortesía, ni siquiera lo tomaría en cuenta.

Lo más singular es que los más medrosos en aquellos momentos tristes y difíciles en que el partido liberal se hizo cago del Poder, aquellos que descubrían el horizonte más negro y pavoroso, aquellos que veían sobre la cima de cada una de nuestras montañas ondear una bandera rebelde, aquellos que no soñaban más que con guerras civiles, ruinas, sangre y exterminio, ésos, ahora que ha pasado el peligro y que no ha ocurrido nada de aquello que tan horriblemente pronosticaban, son los más valientes, los más arrojados, los más bravos, los que más gritan y dicen que el partido liberal no ha hecho nada, y que este Gobierno debe abandonar el Poder por estéril y por desgraciado. ¡Ingratos! (Muy bien, muy bien).

Ni siquiera nos agradecen el valor que hemos infundido en sus atribulados ánimos (Muy bien, muy bien), a semejanza de aquellos navegantes que, horrorizados ante la tormenta, rotos los palos, deshecho el timón, la nave juguete de las encrespadas olas, sólo se le ocurría arrodillarse alrededor del capitán para pedirle por la misericordia de Dios que les salvase la vida, porque sólo podían confiar en su valor y pericia; pero que después, cuando pasa la tempestad, cuando navegan en aguas tranquilas, cuando ya conocen que se acercan al puerto, por el vuelo de ciertas aves, por los suaves perfumes que hacen presentir tierra firme, ya no solo se olvidan de los esfuerzos del capitán, sino que le recriminan, porque en aquellos días de peligro, en los días de la tormenta, el servicio del buque no estaba tan perfecto, puntual y corriente como en los tiempos normales y bonancibles. (Muy bien, muy bien). ¡Ya se ve, los peligros pasaron; ya hasta los más temerosos pueden respirar fuerte; ya no hay inconvenientes ni zozobras, y la calma se convierte en impaciencia y las benevolencias se truecan en oposiciones rabiosas! Ya se puede aspirar impunemente a este puesto; pero no saben los que tal piensan y tal dicen, que hacen con ello la mejor apología del Gobierno y del partido liberal; no saben que de esa manera me prestan el mayor de los servicios y me dispensan la mejor de las recompensas; porque si sólo al interés particular atendiera, ¿qué más podía yo desear hoy, que abandonar este puesto, después de los resultados obtenidos a favor de mis adversarios, antes tan temerosos, hoy tan tranquilos y tan esperanzados; qué más podía yo desear que esto para que me hicieran justicia hasta mis enemigos más encarnizados, ya que me lo hacen (tengo de ello conciencia) en mi país y fuera de él todas las gentes que aman, ante todo y sobre todo, la conjunción feliz de la paz y de la libertad que hemos conseguido, como una excepción quizá en Europa? (Aprobación).

¡Ah! si no fuera por los lazos del patriotismo que aquí me sujetan, si no oyera más que la voz del egoísmo, ya hubiese dejado el Poder, en la seguridad de que ningún otro hombre político lo había dejado en condiciones más beneficiosas para él, que lo dejaría yo en este momento. Y yo lo hubiera dejado, no porque me canse el trabajo, pues al contrario, el trabajo me vigoriza; no porque me arredren las dificultades, porque las dificultades me dan aliento y me exaltan, sino porque me entristece la injusticia de apasionados enemigos, y amarga mi existencia la impaciente actitud de ciertos amigos. Pero como de todo esto no tiene la culpa mis buenos amigos, como me debo a mi partido, ¡ah! yo cumpliré con mi deber, yo resistiré mis tristezas y devoraré mis amarguras en aras de mi país, para servicio de las instituciones y en homenaje debido a la Reina; a la Reina, para cuyos merecimientos no hay sacrificio que pueda parecer grande a ningún español, y menos, naturalmente, a mí, que grandes y pequeños los consideraré siempre gratos y altísimos deberes.

Después de todo esto, ¿qué importan, repito, una vez más, los cargos oportunos o inoportunos que se han dirigido al Gobierno? Nada. Vamos a verlo. El Gobierno llamó al gobernador general de Puerto Rico, Sr. Palacios. ¡Vaya un cargo! ¿Y qué? (Risas). El Gobierno llamó al señor gobernador general de Puerto Rico, porque pudo y debió llamarlo. Aquella celosísima autoridad puso en conocimiento del Gobierno la existencia de una conspiración terrible por sus propósitos, y profunda y extensa por sus ramificaciones, hasta tal punto, que hubiera traído la mayor de las alarmas al ánimo del Gobierno, si al mismo tiempo no hubiese sabido por aquella dignísima autoridad, que los presuntos autores estaban presos y sometidos a los tribunales, y que el orden público se hallaba completamente asegurado; pero antes de dar esta noticia al Gobierno aquella celosa autoridad, y al comunicársela también, proponía una serie de medidas de gravedad y de importancia, no solo para gobernar en tiempos normales la isla, sino para regirla en períodos excepcionales, a cuyo efecto proponía se le concediesen facultades discrecionales, en la idea de que las extraordinarias que contiene nuestra legislación vigente, no eran bastantes para aquellas circunstancias. ¿Qué había de hacer el Gobierno? ¿Negar, sin más explicación, sin otro examen que el que puede hacerse por medio de telegramas, las medidas graves e importantes que el capitán general de aquella isla proponía? ¡Ah! no; esto hubiera sido, además de irreflexivo, algo como proponerle que hiciese dimisión, y el Gobierno no quería que la presentara una autoridad en la cual tenía y sigue teniendo la más óptima confianza. ¿Concedérselas? El asunto era bastante grave para conceder medidas extraordinarias y discrecionales, sin determinado examen y profundo estudio, y para esto mandó venir al general Palacios a Madrid. Ya aquí esta autoridad, ha presentado, compendiadas en una Memoria, no solo las razones en que se fundaba para dar a la conspiración descubierta una importancia trascendental, sino aquellas otras en que se apoyaba para proponer las medidas, así normales como excepcionales, que reclamó del Gobierno. [344]

Y éste, por su parte, examinará unas y otras razones; y si, en efecto, las cree atendibles, si juzga que la conspiración abortada tiene toda la importancia que aquel capitán general le da, y que las medidas que él proponía son necesarias efectivamente para el gobierno de la isla, el señor general Palacios volverá a su puesto para realizar el pensamiento que él ha indicado; pero si así no fuese, si del estudio de la Memoria y demás datos que el Gobierno tiene, resultase que la conspiración no tenía afortunadamente la importancia que el celo y patriotismo de aquella autoridad le ha concedido, y que no son necesarias ni urgentes medidas excepcionales para gobernar aquella isla, sino que, por el contrario, puede gobernarse de un modo normal, como hasta aquí se ha hecho por otras dignísimas autoridades, entonces, el Gobierno utilizará los servicios del señor general Palacios, en otro puesto correspondiente a su alta jerarquía militar, y mandará a Puerto Rico al general que crea que sin necesidad de facultades discrecionales puede gobernar aquella isla. ¿Qué hay en esto de particular, ni cómo puede ser objeto de debate ante el Senado, y, sobre todo, tema de discusión a propósito del mensaje de la Corona? Lo que hay es que en este desgraciado país, todos se quiere convertir en cuestión política, y de todo se pretende hacer arma para combatir a los Gobiernos, y los mismos que antes de llamar a aquella autoridad combatían al Gobierno porque contra ella no se tomaban medidas extremas, y pedían su separación, o por lo menos, una delegación que examinara su conducta (lo cual hubiera sido depresivo para el prestigio de esa misma autoridad), ponen ahora el grito en el cielo para censurar al Gobierno por que la ha llamado para discutir las medidas excepcionales que pedía.

Pues una cosa parecida sucede con la cuestión del señor general Salamanca. (El Sr. Salamanca: Pido la palabra. ?Risas).

Realmente hay poco que decir para explicar las razones en que el Gobierno de S. M. se fundó para dejar sin efecto el nombramiento de gobernador general de la isla de Cuba hecho a favor de este general, porque fueron públicas, que no puede nadie ignorarlas. El Gobierno, en uso de su derecho, tuvo la honra de proponer a S. M. el nombramiento del señor Salamanca para gobernador general de la isla de Cuba; pero entre su nombramiento y la toma de posesión ocurrió un incidente que yo no discuto ahora; incidente que envolvió a esta autoridad electa en discusiones tan apasionadas; en debates tan acalorados; en accidentes tan desgraciados, discusiones, debates y accidentes que sin duda le habrían acompañado en su viaje y hubieran continuado durante su mando; discusiones, debates y accidentes que tuvieron su reflejo allá al otro lado de los mares, que el Gobierno debió creer que ya no podía ir a Cuba este general rodeado de aquella severidad, de aquella calma, de aquella atmósfera de espera que la opinión, con justicia y con razón plausible, concede siempre a toda nueva autoridad, y que tanto necesita el que ha de regir aquellas lejanas tierras; y en esta creencia, propuso a S. M. dejara sin efecto el nombramiento del Sr. Salamanca; ni más, ni menos. No hubo en esto vacilación ninguna. El Gobierno, así que vio la polvareda que se levantó por cierto telegrama que el Sr. Salamanca tuvo la bondad de dirigirme, en el acto tomó su resolución, y si tardó algunos días en hacerla pública, fue por consideraciones de prudencia, que nadie dejará de apreciar en lo que valen, sin más que recordar que en este asunto medió una especie de tribunal de honor que dio su acuerdo con cierta condicional, y el Gobierno creyó que para que la condición no tuviera efecto, debía esperar a que transcurriesen algunos días, a que las pasiones se calmaran un poco; y sólo cuando por el tiempo transcurrido y por los escritos que mediaron entre las partes en litigio se convenció el Gobierno de que ya el asunto no había de tener otras consecuencias desagradables, fue cuando hizo público el acuerdo, anunciándoselo antes que a nadie al Sr. Salamanca. ¿Qué hay en esto de particular ni en qué país del mundo donde existen las más elementales nociones del deber y de la disciplina, no ya militar, sino social y política, se traen y se llevan estas discusiones al Parlamento?

Paso a otro punto, porque de seguir en éste iría demasiado lejos, quizá donde el respeto que debo al Senado y mi propio decoro no me permitirían llegar.

?Que en la Casa matadero riñeron dos personas y con tanta desgracia, que una de ellas mató a la otra?. Suceso es verdaderamente, por todo extremo desagradable, pero sobre el cual el Gobierno no tiene más que decir sino que lo siente mucho. (Risas); que desea que sucesos semejantes no tengan repetición, y además, que las gentes sean calmosas, que no riñan y, sobre todo, que si riñen, no se maten. (Nuevas risas).

Y, señores, sería cosa de nunca acabar si hubiera de seguir enumerando los cargos que por este estilo se han dirigido al Gobierno, por lo cual prescindo de ello y voy a concretarme sólo a aquéllos en que más se ha insistido, con los que más ruido se ha pretendido hacer.

Se presenta en primer término la cuestión agrícola, cuestión que han explotado en este debate con grandísima pasión y con circunstancias verdaderamente agravantes, lo mismo los conservadores presentes que los conservadores pasados. (Risas). Se ha discutido con tales aspavientos, con tales impaciencias, que francamente, no parece sino que la penuria del labrador y la miseria del bracero no datan más que de dos años a esta parte; porque al oír a SS. SS. nadie diría si no que hace dos años, allá durante la dominación conservadora, las cosas marchaban en España a maravilla en este punto; que el labrador vendía sus trigos a onza la fanega para el vendedor y a duro para el comprador (Risas); que las fronteras se habían convertido en murallas de la China para que no pudiera entrar en España ni un solo grano de trigo; que los presupuestos eran tan baratos, que el pobre contribuyente se precipitaba con gusto a traer al Tesoro sus impuestos; que la agricultura, la industria y el comercio nadaban en la abundancia; que nuestro ejército (porque lo ha dicho el Sr. Conde de Torreánaz esta tarde), no nos costaba nada; que nuestra deuda pública bajaba y que nuestro crédito público subía; y, en una palabra, que no parecía si no que en tiempos de la dominación conservadora Jauja hubiera enviado la bienandanza de España. (Grandes risas). Es verdad; hay que hacer cuanto se pueda por la agricultura y la ganadería, pero sin aturdimientos, sin desmentir los presupuestos, sin desquiciar las rentas públicas, sin olvidar a la industria y a los demás ramos de la riqueza pública, sin establecer [345] antagonismos de clases, sin provocar la lucha de regiones contra regiones, sin dar mano ni alimentos a la cuestión social.

Para esto, para resolver problema tan complejo, no bastan medidas aisladas, no bastan esos apresuramientos que aquí se han hecho visibles; para esto es necesario un plan completo, traducido en una serie de proyectos de ley, que el Gobierno tiene preparados para presentarlos cuando haya espacio y tiempo de discutirlos; y entre tanto, va realizando lo que en ese sentido puede realizarse sin vuestro concurso. Pero mientras que estos proyectos lleguen y sea posible hacer leyes, considere el Senado que es una grandísima injusticia declarar responsable a este Gobierno, ni a ningún otro, de los males que puedan sufrir hoy la agricultura y la ganadería, como consecuencia de la crisis agrícola, industrial y hasta comercial que padecen hoy todos los pueblos de Europa y América. Es necesario que el Gobierno haga todo lo que pueda, pero es necesario también advertir a los agricultores que esta crisis, que hoy les duele y lastima, tanto como lastima y duele a otros pueblos de Europa, esa crisis desaparecerá, pero que vendrán otras crisis semejantes, porque todas ellas han resultado del flujo y reflujo del consumo, de la producción y del trabajo; flujo y reflujo que trae de vez en cuando sobre los pueblos, las desgracias propias de estas crisis agrícolas, como otras causas traen también de vez en cuando las desgracias de ciertas epidemias; y para prevenirlas y para evitarlas no bastan sólo las medidas del Gobierno, es necesario también que en los tiempos prósperos haya ahorro, en los adversos economía y en todos solicitud y previsión. (Grandes muestras de aprobación).

Otro de los puntos que más explotado ha sido por las oposiciones, es el referente a las reformas militares, pero con motivo de esta cuestión, tampoco cabe combatir al Gobierno ni al Ministro de la Guerra dentro de la discusión del mensaje de la Corona, porque no debe discutirse aquí ahora si las reformas son buenas o malas, puesto que eso será objeto de otro debate que vendrá a la Cámara donde están presentados estos proyectos. Todo lo más que podría haberse hecho con motivo del mensaje, puesto que éste habla de las reformas presentadas en la otra Cámara, era tratar acerca de su necesidad y oportunidad, y sobre esto, Sres. Senadores, ¿quién habrá que se atreva a combatir al Gobierno ni al Ministro de la Guerra? Pues qué, ¿ignora nadie que hace mucho tiempo los hombres, así civiles como militares, lo mismo aquellos que respiran la atmósfera ardiente de la política como los que viven alejados de ella, vienen reclamando con completa unanimidad la conveniencia de estudiar una organización militar que remedie los males de nuestro ejército, males que a la vez son causa de su malestar y motivo de desasosiego? Pues la necesidad de las reformas militares se ha convertido en una necesidad nacional, hasta el punto de que no ha habido ni partido ni Gobierno que en el Ministerio de la Guerra no haya intentado, en mayor o menor escala, estas reformas, y sobre todo, que no haya encontrado el mayor apoyo, así en el ejército como en la opinión. ¿Qué ha hecho, pues, el actual Ministro de la Guerra con la presentación de sus proyectos más que tratar de satisfacer una necesidad universalmente sentida?

Además, Sres. Senadores, que es imposible estar todos los días diciendo que el ejército está mal, y por una causa o por otra, no hacer nada para remediar este mal. ¿Son buenas o son malas las reformas? allá lo veremos cuando se trate de su discusión en el otro Cuerpo Colegislador, donde están presentados los proyectos de ley a que se refieren (El Sr. Marqués de Estella: Pido la palabra), pero seguro es que el Gobierno las ha presentado porque las cree buenas. Como se trata de la fuerza pública, que el Gobierno quiere tener separada constantemente de la lucha de los partidos, las ha presentado sin carácter alguno político, con un amplio espíritu de transacción, y con el deseo de que no sean labor de un solo partido, sino obra nacional. Discutamos después, cuando llegue la ocasión; discutámoslas sin prevenciones, sin apasionamiento y con el deseo del acierto, que a todos nos interesan por igual estas reformas, si queremos que el ejército sea, como no puede menos de ser en todo país civilizado, brazo de la ley, baluarte del orden, sostén de las instituciones y defensa de la Patria. (Aprobación).

Pero, con intención o si ella, también se han puesto en relación las reformas militares con el estado de penuria en que se encuentra nuestro país, sobre todo en la masa contribuyente. Ante estas indicaciones, debo hacer una declaración terminante para tranquilidad del Senado y del país contribuyente: ni el Ministro de la Guerra hubiera presentado las reformas que están en el Congreso, ni el Gobierno las habría aceptado, si exigieran un aumento de gastos en el presupuesto de la Nación.

El país hace sacrificios superiores a sus fuerzas, y ni el ramo de Guerra, ni ningún otro, por importante que sea, tiene derecho a exigir al país más de lo que el país pueda hacer. En este punto, mi resolución es irrevocable: aumento, en ningún ramo de la Administración; disminución, economías, en cuantos ramos de la Administración sean posibles, sin quebranto para el servicio público y sin peligro para el porvenir de este país, que merece toda nuestra solicitud y cariño por sus muchas desventuras, y toda clase de recompensas por sus inmensos sacrificios. (Muy bien, muy bien).

He dejado para lo último, realmente porque pienso molestar muy poco la atención del Senado, una cuestión que, aunque en la apariencia pueda juzgarse personal, es en el fondo esencial y evidentemente política, porque ella afecta a la organización y a la existencia de los partidos, sin la cual es imposible la marcha del régimen representativo. Me refiero a la actitud que han tenido por conveniente adoptar en sesiones anteriores los señores general Salamanca y Duque de Tetuán.

Del señor general Salamanca tengo poco que decir, porque afirme lo que quiera S.S., ya hace tiempo que su filiación ha desaparecido del registro del partido liberal, y por consiguiente, S.S. es muy duelo de hacer, sin consulta previa, todo lo que tenga por conveniente, y de realizar actos como el del otro día, siquiera sean tan contrarios a la razón y a la justicia; en su derecho está S.S., y nada he de añadir sobre este particular.

En cuanto al Sr. Duque de Tetuán, ya es otra cosa. Su señoría aseguraba hallarse dentro del partido liberal; S.S. reconocía mi jefatura; S.S. se llamaba mi correligionario; S.S. se decía mi amigo, y sin decirme nada, y sin anunciarme cosa alguna, y sin advertir ni al jefe, ni al correligionario, ni al amigo [346], S.S., al parecer, se pone de acuerdo con nuestros contrarios, y so pretexto de solicitada y convenido alusión, pronuncia un discurso, que yo leí con profunda pena y que el Senado oiría con verdadera extrañeza. (Sensación). Yo lo siento mucho, pero S.S. comprenderá que su conducta para conmigo y para con el partido que hace tanto tiempo, aunque inmerecidamente, tengo la gloria de capitanear, no es conducta de amigo ni de correligionario. Los partidos, Sres. Senadores, exigen que sus afiliados, a cambio de los beneficios que reportan, que al fin y al cabo, a los partidos debemos los hombres político las posiciones que alcanzamos, por muchos y muy grandes que creamos que sean nuestros merecimientos; a cambio de esto, exigen el sacrifico, no muy grande, de someterse a su disciplina, que no es tan severa que no permita libertad para discutir en las cuestiones técnicas, en todas aquellas que no sean de dogma, o que aun siéndolo, circunstancias especiales no las conviertan en cuestiones políticas.

Pero además imponen como condición indispensable de su existencia el respeto a sus jerarquías y la obediencia a sus autoridades; y las autoridades en los partidos son: en la oposición, sus Juntas supremas; en el Poder sus Gobiernos, y siempre, en el Poder y en la oposición, los jefes reconocidos. El que no se somete a esta disciplina, el que no guarde estos respetos y el que no quiera tener esta obediencia, quiéralo él o no lo quiera, es que se va del partido; y yo, que encuentro muy sensible que se vaya nadie de mi partido, declaro que en esas condiciones encuentro más sensible que se quede, porque no puede ser más que en desprestigio suyo y en daño de su partido; porque solo, o entre adversarios, será un mal; pero entre sus amigos no puede ser más que el recelo, la desconfianza, quizá la brecha que aprovechen los adversarios para penetrar entre ellos y descomponerlos, disolverlos y matarlos; y todo puede perdonarse a los partidos menos el instinto de suicidio. (Bien, bien).

Con este motivo voy a dirigir una indicación amistosa al partido conservador, que me parece que no le vendrá mal, y que por el pronto necesita como prevención. Aparte del sentimiento que a mí me ha causado la actitud de los señores general Salamanca y Duque de Tetuán, lo que más me sorprendió, en lo acaecido estos días, fue el júbilo que manifestaba el partido conservador por la conducta que estos señores Senadores observaban con su partido, olvidando que, en todo caso (y ni aun el caso es igual), estos Sres. Senadores no habrían hecho más que seguir el ejemplo de la conducta que otros conservadores tuvieron con su partido; y es necesario estar ciego para no ver que el aplauso a nuestros amigos por su conducta de hoy, es la justificación de sus amigos por su conducta de ayer. (Bien, bien). Y esto no está bien en el partido conservador; no está bien en ningún partido, pero menos que en ninguno está bien en el partido conservador. Allá, en otra ocasión, tuvo el partido liberal la desgracia de que ocurriera en su campo una rebeldía. El partido conservador la aplaudió y aun la fomentó; y al poco tiempo, como si fuera justo castigo a su imprevisión, se presentó en el suyo otra rebeldía igual. Y el partido liberal, a diferencia del conservador, no solo no la aplaudió, y mucho menos justificó, sino que enérgicamente la condenó; porque el partido liberal, siempre noble, y atento, más que a su interés, a los intereses de la Patria y de las instituciones, está dispuesto a condenar todas las rebeldías, vengan de donde vinieren, lo mismo en su campo que en el campo de la oposición (Muy bien, muy bien); porque al fin y al cabo, las rebeldías pueden debilitar los partidos, y los partidos sostienen en definitiva a las instituciones, las cuales estarán mejor asentadas cuanto más firmes y más robustas sean las columnas que las sostengan. (Muy bien, muy bien).

Señores Senadores, empeñados en la grande empresa que hemos tenido la fortuna de realizar en menos tiempo del que pensaban los mismos que ahora nos atacan, quizá no hemos podido atender en la medida de nuestro deseo a la satisfacción de todas las necesidades públicas que, sin embargo, no hemos desatendido, ni mucho menos del todo, como lo prueban los muchos trabajos que en todos los ramos de la Administración hemos llevado a cabo y que no enumero por no molestar más al Senado, que bastante le molestado ya.

Quizá por ésta, quizá por otras causas de que no me quiero yo hacer cargo ahora, y mucho menos cuando de esta cuenta pudiera resultar no muy bien para el sistema parlamentario, es lo cierto que todavía hay necesidades que satisfacer, derechos a que hacer justicia, llagas que cicatrizar, una Administración que mejorar y purificar, grandes riquezas en nuestra agricultura, en nuestra industria y en nuestro comercio que favorecer y que desarrollar; y en fin, una obra de reorganización que llevar a cabo, que no es menos productiva, aunque sea menos brillante que la que ya hemos realizado. Dispuesto está el Gobierno a completar esta obra. Garantía de lo que hará en ella, es el éxito alcanzado en la parte que ya ha realizado.

Y si la vida fugaz de un Ministerio no fuera bastante para desarrollar este vasto plan legislativo y administrativo, el Gobierno se contenta con tener la honra de iniciarlo, con la de haberle dado comienzo, y con tener el propósito firmísimo de continuarlo, sin temerosas dilaciones ni peligrosas impaciencias.

Todo lo que sea reformas que afecten al interés general, que tiendan a curar los males que nuestra Patria siente, por igual a todos nos interesan, y de todos espero auxilio y cooperación; y en las demás, si bien imbuidas en aquel espíritu liberal que ha de inspirar todos los pasos de este Ministerio, que lleva por esto ese nombre, procederemos tan sin pasión y con un criterio tal de equidad como corresponde a un Gobierno que no se contenta con ser el Gobierno de un partido, sino que quiere ser, y espera conseguirlo, el Gobierno de la Nación entera. (Aprobación).

Éste e el sentido general de la política del Gobierno. Ya sabéis los resultados que con ella hemos alcanzado; ya podéis prever también los que con ella hemos de conseguir.

Pues esto, ni más ni menos, es lo que se vota en el mensaje de la Corona. Si os parece bien, votadlo; y de cualquier modo, el Gobierno, satisfecho en su conciencia, espera tranquilo vuestro fallo. He dicho. (Muy bien, muy bien en la mayoría). [347]



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